Hemos evolucionado desde el origen del hombre, cada vez más hacia una sociedad individualista, donde los egos se han acrecentado de forma exponencial en detrimento del carácter trival de la propia humanidad.

      Esta evolución, ha hecho que disfranzando a este ego de supervivencia, nos hayamos convertido en una sociedad cada vez menos solidaria, menos empática y donde las relaciones son en su mayoría superficiales, donde en realidad, nadie le importa a casi nadie.

      Como consecuencia de esto, hemos acrecentado la falacia de las categorías y prejuicios, inducidos por nuestro fuerte carácter dualista, donde todo lo etiquetamos entre positivo o negativo. Esto hace que desde que conocemos a una persona, en vez de catalogarla como lo que es, un ser humano, lo etiquetemos en función de su aspecto, su preparación, su posición social o profesional, su nivel de éxito o cualquier otro aspecto que consideremos relevante en esta falacia de las categorías. Inmediateamente, los metemos en la bolsa de personas que me interesan o que no y a partir de ahí, ya no le damos la oportunidad a muchas de las personas que llegan a nuestra vida a mostrar lo que son y lo que tienen para nosotros.

      Cuando entrenamos en compasión y recuperamos la capacidad natural del ser humano de admitir al resto de sus iguales sin categorizarlos, cuando vamos bajando nuestro nivel de juicio sobre todo y todos, empezamos a percibir la humanidad compartida, como conjunto de seres con los mismos miedos y anhelos básicos y donde todos tenemos cosas que aprender de todos.

A nivel personal, esto nos aporta una oportunidad de oro para expandir el foco sobre las personas que forman parte de nuestra vida. El miedo a salir de nuestra zona de confort, nos limita profundamente en nuestras relaciones y hace que nos resistamos a que nuevas personas entren a formar parte de ellas.

      Esta capacidad de no juicio, nos aporta a nivel profesional un potencial enorme para sacar lo mejor de un equipo y hace posible, que las personas que trabajan en él, muestren y desplieguen todo su potencial. Un buen lider, es aquél que saca el mejor partido de cada una de las personas con las que cuenta y solo quitándonos esta falacia de las categorías, seremos capaces de ver más allá de un currículum a nuestro grupo de trabajo.

Por otro lado, la persona que es liderada por otros, siempre tiene a mirarlos bajo al lupa del juicio, por ese miedo a no dar la talla, a no gustar. Sin embargo, cuando eliminamos esta categorización inicial, podemos ver a esos «superiores» en el trabajo desde un prisma de igualdad, como personas que nos han de supervisar y que probablemente, tengan conocimientos y experiancias que nos puedan inspirar y hacer crecer en muchos aspectos.

      Cuando una persona se siente valorada en un espacio de trabajo, es capaz de aportar todos los recursos que tiene disponibles. Cuando ponemos barreras por el simple hecho de etiquetar a las personas, estas barreras serán inquebrantables.

Tomando conciencia, viviendo en coherencia