Post Semanal

1 noviembre 2020

Hablemos de Ira.

Esta es una de las emociones básicas con las que nacemos, programada para aflorar cuando la persona siente que alguien está sobrepasando un límite que lo puede poner en peligro, que lo frustra o que lo hace sentir mal. Es una emoción universal con lo cual, la tenemos todos, independientemente de la cultura a la que pertenezcamos.

Es una emoción muy intensa. Nuestro cuerpo reacciona con una subida fuerte de temperatura, así como diversas reacciones de contracción muscular que hacen que nos sintamos realmente afectados.

Suele presentarse de golpe, sin avisar y aunque tarda unos segundos en alcanzar su nivel máximo, desde muy pronto, nos sentimos incapaces de pararla y poder controlar toda esa reacción que trae consigo. Cuando la sentimos, solemos sentir irritabilidad, rabia, enfado, resentimiento, incomodidad…

Cuando sentimos ira, nuestro cerebro nos avisa de que debemos cambiar algo de forma inmediata; realmente es una respuesta del cerebro ante una amenaza física o psíquica. Generalmente va dirigida hacia fuera y suele ir acompañada de una acusación a otros.

La sociedad tiene muy mal vista esta emoción porque genera una gran incomodidad cuando detectamos que otro la está sintiendo. Es un indicador de amenaza hacia nosotros mismos y por ello, la consideramos muy inapropiada y la intentamos censurar.

Es de las emociones más difíciles de manejar y la suele acompañar una gran cantidad de sufrimiento. En el estado iracundo, solemos exagerar mucho la parte negativa de los demás y somos incapaces de recordar lo bueno de esas personas. Debemos tener muy presente que en el entorno familiar nos sentimos más cómodos para vivir la ira que con desconocidos.

Existen tres tipos de ira:

  • La ira impulsiva, de autoconservación. Es una reacción defensiva en el momento en el que detectamos una amenaza real. Nos ayuda a defendernos de un ataque y su función es de supervivencia, sin pasar por procesos de pensamiento. Es una conexión directa entre la amígdala y la acción.
  • La ira intencionada o dirigida hacia lo que sentimos que nos está haciendo daño. Esto está más relacionado con la superación de nuestros límites. Si no la gestionamos bien, puede llevarnos a desplegar comportamientos agresivos hacia la persona que está pasando ese límite, generando un daño mayor y que terminemos arrepintiéndonos y sintiéndonos culpables.
  • La ira recurrente, esto tiene más que ver con rasgos de la personalidad o personas que entrenan mucho este estado iracundo.

La ira intentamos reprimirla porque normalmente viene acompañada de daño, conflicto y finalmente culpa. Además, cada vez que expresamos ira, la neurociencia ha demostrado que la entrenamos y la reforzamos, por ello, las personas que tienen mucha ira, lo llegan a normalizar y todas sus respuestas suelen ir acompañadas de mucha agresividad verbal aunque no corresponda. Por otro lado, debemos tener en cuenta que reprimirla no la soluciona, la cuece a fuego lento y la explosión será mayor y menos oportuna.

Aunque es una emoción universal, cada persona tiene un perfil de la ira basado en tres factores diferentes_

  • El inicio, ¿ cuanto tardas en enfadarte?
  • La intensidad
  • El enfriamiento, ¿ cuanto tarda en empezar a bajar la intensidad?

Es importante tomar conciencia de cual es tu perfil de la ira para trabajarte la fase de inicio antes de la explosión con conciencia plena, con respiración y conectando con el momento presente.

La ira se produce cuando alguien está rebasando uno de tus límites y lo que debes hacer es parar esa acción cuanto antes, pero intentando usar la calma y la asertividad antes de que la ira explote. La sensación de inicio nos pondrá alertas para dar esa «palmada en la mesa» y parar esa situación con el menor conflicto posible.

Una vez que la ira nos ha invadido, es crucial darte el espacio necesario para que llegue la fase de enfriamiento y no hacer ni decir cosas de las que luego te arrepientas. La sensación de desahogo que nos produce actuar en plena explosión, nunca nos hace sentir bien , tan solo actuamos de forma inconsciente y desde un punto de sufrimiento máximo que hará que nos equivoquemos siempre, salvo que estemos en una situación de supervivencia.

Si tienes una época de tu vida en la que detectas que tienes muy a menudo esta emoción:

  • Intenta no acumular y gestiona cada una de las situaciones que se presenten
  • Evita la mentalidad de ganador/perdedor ya que en estas situaciones todos pierden.
  • Reflexiona sobre las causas de tu irascibilidad
  • Aumenta tus tiempos de descanso, ya que la falta de sueño afecta mucho al hipocampo y nos hace estar especialmente iracundos.
  • Practica meditación para incrementar tu autocontrol
  • Evita situaciones y a las personas que te irritan especialmente en tu vida.
  • Si no puedes controlarlo, busca ayuda profesional.

Algunas formas de sobrellevar y de canalizar la ira:

  • Recalcula y rediseña las razones que te producen esa ira
  • Realiza alguna actividad para soltar tensión

La ira a veces se presenta en momentos que estamos sumidos en un proceso de tristeza o depresión y supone un cambio, de una actitud pasiva y derrotista a una actitud de activación y de reacción. En estos casos, la ira bien gestionada puede ayudarnos muchísimo.

Finalmente, recuerda que la ira es necesaria, no es mala ni buena, y su correcta gestión, tiene una función positiva en tu control emocional y nos ayuda a recuperar el equilibrio.

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