Esquivar el sufrimiento es una de las especialidades del ser humano. Pensamos que si no miramos de cara a las situaciones dolorosas, estas se van , sin más, desaparecen o sencillamente, nunca existieron.
Por contra, esta forma tan absurda de no asumir la realidad que nos rodea, nos sume en un auto engaño continuo sobre multitud de aspectos de nuestra vida donde debemos asumir ciertas responsabilidades si queremos ser coherentes con lo que somos y sentimos.
En una entrevista a una chica vegana, se le pedía que hiciera una definición de lo que significa ser vegano y sencillamente dijo: «se trata de actuar acorde a tus principios». Somos capaces de estremecernos si vemos que alguien maltrata a un perrito y sin embargo más de la mitad de la población consumimos carne que sabemos que proviene de explotaciones intensivas de animales .
A lo largo de nuestra vida, vamos creciendo en valores. Nos formamos y andamos en una continua búsqueda de la mejor versión de nosotros mismos. Al mismo tiempo, vivimos en un mundo globalizado donde se permite que los países desarrollados exploten productivamente a la población de los países económicamente más deprimidos para obtener un mayor beneficio en las transacciones comerciales, disfrazándolo de competitividad. Todo ese camino recorrido hacia la versión de una persona bondadosa, termina comprando productos textiles elaborados por niños, pero que son bonitos y asequibles.
Ahora hay una cierta obsesión por parte de las grandes cadenas de comercio por eliminar el material plástico para sanar nuestros queridos océanos y en realidad, esto en un movimiento estratégico empresarial de tantos, donde nadie destaca que lo que más está destruyendo nuestro mar es el ejercicio de la pesca intensiva, descontrolada e insostenible que existe, dominada por mafias y gobiernos a niveles abismales.
Hemos estado muy tranquilos con este asunto, porque abordarlo supone cuestionar uno de los alimentos más preciados por los seres humanos. Por otro lado, tenemos la creencia de que debemos cuidar la «tierra» de forma literal, sin preocuparnos en la misma medida por ese otro hábitat que no es el nuestro como es el mar.
¿Creéis que no es así? Recordad por un momento esos primeros meses del año pasado, cuando el Amazonas comenzó a arder a niveles incontrolables y todos temimos por la innegable cantidad de oxígeno que esos árboles nos proporcionan. Algunos seréis conscientes, pero muchos otros no, de que el océano y la mayoría de sus habitantes nos dan una mayor proporción de oxígeno que estos bosques. ¿Y cuántas personas luchan por los espacios estériles y contaminados que las redes de barcos pescadores dejan a su paso todos los días? ¿Quién mira aterrado a las latas de atún pensando en las decenas de delfines que ha supuesto tenerlas en la mesa?
Los mercados dominan nuestra evolución, el dinero manda sobre todo y la importación abrumadora de la pobreza que estamos haciendo, camuflada en las políticas low cost, están adoctrinando a una sociedad ignorante, por decisión propia, del desastre natural y humano que estamos provocando.
Es indignante, y probablemente ahora y durante la siguiente hora sintáis la indignación.
Sin embargo, lamentablemente, este sano y responsable sentimiento, como una vez leí, permite dos salidas: sentirse abrumado por la inmensidad del problema o enamorarse de la diversidad de las soluciones.
Tomando conciencia, viviendo en coherencia…