Llega el otoño y con el cambio de estación, todos debemos adaptarnos a la rutinas que perdimos o relajamos con la llegada del verano. Vuelta al cole, trabajo, deporte…
La noche llega mucho antes y con la pérdida de luz, parece que nuestra energía se consume antes y nuestro estado de ánimo decae; el frío, poco a poco entra en nuestro día a día y un tiempo de mayor recogimiento, arranca un nuevo periodo otoñal.
En principio esto no suena demasiado mal y, aunque parece que el verano invita más a disfrutar de nuestra vida, el periodo que entra también tiene su parte positiva. Las rutinas nos ordenan, nos equilibran y nos dan cierta sensación de seguridad.
Sin embargo, la realidad es que en esta época, muchas personas se ven afectadas por un aumento de su ansiedad, su tristeza y sus cuadros depresivos. Es un cambio mucho mas intenso de lo que podemos percibir y es interesante que tomemos conciencia de cómo estamos para no vernos afectados por ninguna bajada de nuestra salud física y mental.
Para ello, es clave ser totalmente honestos y mirar hacia adentro cuando esos primeros síntomas de decaimiento llamen a nuestra puerta.
En muchas ocasiones, la sensación de volver a la rutina de una vida que no nos apasiona, hace que veamos un futuro gris, sin aliciente y afrontar toda la puesta en marcha que requiere esta época se nos queda muy grande, nos sume en un cansancio vital que llega como una apisonadora a nuestros cuerpos y cualquier situación difícil, puede desbordarnos, tanto física como psicológicamente.
Pero, ¿por qué tenemos que asumir que este momento es negativo? ¿por qué si la vida me merece la pena tengo que estar triste porque empieza una nueva temporada de trabajo, estudio, etc???
El problema no es que no seamos capaces de adaptarnos al cambio, el problema es que tenemos unas creencias rugosas, profundas y deleznables sobre lo que es la vida, la rutina y el trabajo.
Conozco a muy pocas personas a las que les guste estar sin trabajo y sin embargo, casi todo el mundo se queja por trabajar. Cuando tenemos una circunstancia que nos obliga a dejar los estudios , el trabajo ajena a nuestra voluntad, sentimos mucha pena y los demás sienten mucha compasión, sin embargo, no conozco a casi nadie que hable en positivo de su trabajo, de poder levantarse cada mañana para ir a clase o a trabajar. Nos pasamos trabajando un tercio de nuestra vida y si lo asumimos como algo negativo, como una especie de esclavitud, nos auto convencemos de que vamos a sufrir todo ese tiempo de nuestra vida.
Debemos hacer un cambio integral de mentalidad y de actitud que transforme nuestra forma de ver y afrontar el trabajo.
Nos pasamos la existencia intentando complacer a los demás para sentirnos queridos, reconocidos, admirados y vamos tomando un montón de decisiones erróneas, de las que luego nos afloran frustraciones, decepciones, tristezas y todo tipo de sufrimiento del que culpamos desde nuestro subconsciente, a aquellas personas por las que tomamos aquellas decisiones.
Pero todo esto es una pose, un teatro, un prisma desde el que vivimos para no tener que asumir responsabilidades. Nos aterra tanto el sufrimiento, que nos pasamos la vida huyendo de él, hasta tal punto, que apoyamos la responsabilidad de nuestras decisiones en otros para luego poder eximirnos de cualquier culpa.
En el entorno laboral, muchos de nosotros pensamos que tenemos un trabajo aburrido, mediocre y que no nos llena en absoluto. Miramos atrás y pensamos que nos equivocamos de carrera, carrera que estudiamos muchas veces porque era la adecuada para nuestro entorno y completamente alejada de nuestro potencial y de nuestras pasiones. Llegamos a la mediana edad y ya no encontramos nada positivo en nuestra profesión, soñamos con los fines de semana y la jubilación. ¿Qué tristeza no?
Pues es importante que sepamos que esto no se va a arreglar fácilmente y que si no encontramos las herramientas adecuadas, esta sensación nos va a acompañar cada año, probablemente en mayor intensidad.
La solución no está en romper con todo y empezar de cero, probablemente la mayoría de nosotros no nos lo podríamos permitir, sin embargo, tomar conciencia de esto puede hacernos reaccionar.
Cuando una persona se comporta de manera mediocre, su vida es mediocre; pero cuando se comporta de forma extraordinaria, su vida puede ser extraordinaria. No es una cuestión solo de actitud, se trata de explorar dentro de nosotros y encontrar aquellas partes «dormidas» de nosotros mismos que algún día anulamos pensando que debíamos adoptar un rol más duro, más profesional, más frio y cerró toda posibilidad de ser nosotros mismos en el ámbito profesional . Precisamente esta circunstancia es la que nos aleja de sentirnos bien en el trabajo.
Cuando somos una persona alegre, positiva, optimista y entramos en un ambiente de trabajo negativo, si nos dejamos contagiar, bajarán nuestros niveles de energía vitales y terminaremos perdiendo parte de esa visión positiva que tenemos de la vida. Lo mismo pasa con los roles adquiridos. Avanzamos en la vida, intentando construir un personaje que se adapte a la necesidad del entorno y nos olvidamos de la persona maravillosa que somos.
Las personas que disfrutan de su trabajo, que se sienten felices, son personas «auténticas», personas que dejan su sello personal y que no pretenden que se les valore por lo que consiguen sino por lo que son y lo que aportan a una empresa. Precisamente, estas personas son las que suelen conseguir mejores resultados.
Asumir nuestro trabajo con la conciencia de que consume 1/3 de nuestra existencia y por lo tanto, es un espacio donde tenemos que vivir una vida plena, feliz, auténtica, nos ayudará a afrontarlo con una actitud completamente diferente. Un espacio donde tenga opciones de crecer, de disfrutar de las personas con las que me relaciono y sobre todo, un espacio donde pueda ser. Solo así, podremos sacar la mejor versión de nosotros mismos y que se convierta en una parte más de nuestra vida, sin esa connotación negativa.
Tomando conciencia, viviendo en coherencia.