La mayoría de nosotros vivimos con la sensación de tener días llenos de compromisos, obligaciones, tareas y agendas imposibles.
La realidad es que si pensamos a primera hora, todo lo que pretendemos hacer en un día, nos llenamos de estrés por tener cierta desconfianza a conseguirlo. Esta situación, nos puede generar una sensación negativa sobre nuestro día a día y de alguna forma, sentimos que no elegimos nada de lo que hacemos y esto, es completamente incierto.
De todas las actividades que hacemos en el día, hay muchas que efectivamente, no tenemos opción y debemos hacerlas sin elegirlo, por ejemplo, ir a trabajar. Sin embargo, categorizamos de obligaciones un montón de cosas que si hemos elegido, que nos gusta hacer y que además, nos hacen sentir bien.
Cuando todo lo transformamos en obligaciones, negativizamos toda nuestra actividad y con ella, nuestro día a día. Sin embargo, si yo tengo bien definidas aquellas cosas que hago por propia elección y para mi bienestar o el de los míos, todo cambia por completo.
Hacer deporte, llevar a los niños a ciertas actividades, quedar con amigos, llamar por teléfono a familiares o visitarles, hacer algún curso de forma personal, meditar, dedicarle tiempo a mis aficiones, son cosas que metemos de forma muy ajustada en nuestras angustiosas agendas y por ello, las categorizamos como obligatorias.
Si hacemos una lista de todo lo que hacemos en un día y separamos las estrictamente obligatorias, las cosas que TENGO QUE HACER y otra lista con las cosas que QUIERO HACER, veremos como la balanza de las obligaciones cambia de forma drástica.
Esto nos puede parecer algo sin importancia, sin embargo, mentalmente es determinante esta categorización de tu actividad. Cuando uno se levanta por la mañana, muy temprano para hacer deporte por ejemplo, en ese momento que suena el despertador, puedo plantear dos situaciones en mi cabeza: una, contarme que «que horror» ya me tengo que levantar para ir a hacer deporte y la otra, «venga, a por mi momento de deporte, uno de los mejores de mi día y que mejor me hace sentir».
Nuestro cerebro percibe cada uno de estos mensajes como si ambos fueran realidad y ante el primero, lo imediato será buscar excusas para no levantarte y si consigues hacerlo, irás arrastrándote y sobre todo, no disfrutarás de esa actividad, aunque tras hacerla, sientas que te ha sentado genial . El segundo mensaje, te hará saltar de la cama con ganas, con ilusión y sobre todo, con la sensación de que te cuidas y disfrutas de ese momento. ¿vaya diferencia, no?
Debemos tener muy presente, que nuestro cerebro percibe la realidad tal y como nos la contamos y cuando nos sumimos en una visión quejica y pesimista de la vida, nos estamos mostrando una visión distorsionada y muy negativa de nuestra propia vida.
Es importante hacernos una lista de todas las cosas que nos programamos durante la semana y establecer qué supone una obligación y qué supone una elección por nuestra parte. En esa elección, también es muy interesante saber que beneficio obtengo, por qué queremos hacerla y sobre todo, cómo puedo disfrutar del proceso.
La toma de conciencia nos puede cambiar mucho la visión en nuestro día a día y donde antes solo veíamos días llenos de carreras para llegar a ninguna parte, vemos días donde tenemos un montón de oportunidades para tener una vida que merece la pena.
Tomando conciencia, viviendo en coherencia….