Si me juzgas, te presto mis zapatos….
Esta es una frase que siempre me ha llamado la atención. A pesar de la tendencia del ser humano a emitir juicios de casi todo, siempre he sentido que no era lo correcto.
Juzgar a otros se supone que es un movimiento inconsciente de nuestro cerebro, un movimiento como mecanismo de defensa para ponernos en alerta frente a aquello que no nos conviene. Sin embargo, en nuestra sociedad, esta emisión de juicios se ha agudizado hasta límites tóxicos.
La exposición continua a la que estamos sometidos a través de las redes sociales, hace que hayamos entrenado a nuestro cerebro a realizar comparaciones entre nuestras «normales» vidas y las vidas 3.0, esas en las que todo el mundo es feliz, en las que a todo el mundo le va bien y donde no hay ni rastro de nuestras miserias, nuestras tristezas, nuestros fracasos, nuestros miedos.
Nos hemos convertido en una «vieja del visillo» consentida, sabionda y que se permite opinar de todos y de todo.
No me gusta juzgar y no me gusta juzgarme, como creo que le ocurre a casi toda la población psicológicamente estable, sin embargo, me cuesta no hacerlo.
Este año he tenido la oportunidad de hacer una especie de Máster en juicios y la vida me ha brindado la gran oportunidad de trabajarme mucho en este sentido.
Mis talleres me pusieron delante de un gran reto haciendo lo que más me gusta, enseñar Mindfulness, pero esta vez con una gran diferencia, enseñar Mindfulness en un centro penitenciario. Para situarnos, he de confesar que siempre he sido una persona muy miedosa, me ha aterrado caminar por una calle solitaria, oscura o donde mi cabeza, pudiera dibujar cualquier escena aterradora de las que por suerte, solo he visto en el cine.
Siempre que veía a una persona que me podía parecer «mala gente», mis mecanismos de defensa se activaban en todo su esplendor y realmente, esto me ha producido mucho sufrimiento.
Entiendo que estos miedos son debidos a mis creencias ya que no tengo apenas experiencias en este sentido, pero la realidad, es que las personas me daban mucho miedo, en general.
Llegó aquel día, aquella oportunidad, un reto que suponía un sueño hecho realidad.
Me eligieron para poner en marcha un proyecto precioso de ayuda a personas que realmente la necesitaban y allí estaba yo, haciéndome la normal y aterrada en mi interior.
Los funcionarios, los permisos, las puertas, con esos sonidos, y el patio, el gran momento. Delante de mi, un grupo enorme de personas de esas, que toda la vida me han aterrado y que desde ese instante, tenía que normalizar para que me saliera la voz del cuerpo.
Mirar a mis compañeros era la única tabla de salvación, voluntarios que saludaban con alegría a los internos, internos que nos miraban con curiosidad por ser algo nuevo para ellos y yo, yo no podía ni respirar. No conté que tenía miedo porque quería estar allí, quería hacerlo y esa montaña de juicios que he construído durante toda mi vida, encima de mis hombros como una losa inmensa y pesada no iba a impedirlo.
Desde aquel primer día tan impactante, todo fue a mejor. La conexión con los internos fue relativamente sencilla y en pocas semanas, mis sensaciones eran absolutamente maravillosas y diferentes al primero.
Personas, son personas, con circunstancias dificilísimas y que sus malas decisiones han hecho que vivan en una situación que ninguno de nosotros querría vivir.
La tristeza , la desesperanza, la soledad y la culpa, son los sentimientos con los que se visten cada uno de los días de su vida y además, esto se mezcla con una cultura de hostilidad que reina en la columna vertebral de cualquier centro penitenciario. Así viven, así sobreviven y trabajar con ellos, para que encuentren un poco de calma, de paz y bajen sus niveles de ansiedad es realmente un camino muy complicado.
He vivido sesiones con ellos realmente desgarradoras, he llorado de camino a casa sin parar, cada lunes. El sufrimiento que te llevas puesto tras escuchar sus testimonios, sus intentos de darle sentido a sus tristes vidas y su lucha por salir de sus adicciones tan fallidas, es absolutamente desgarrador.
Y hace unos años, yo huebiera juzgado a todos y cada uno de ellos, habría pensado que ese horror de vida se lo han ganado pero tras muchas horas con ellos, tras muchos testimonios solo he sacado algunas conclusiones:
- La mayoría de ellos nacieros pre destinados a este final
- Sus entornos familiares eran una auténtica pesadilla
- Han sido más víctimas del sistema que verdugos
- y si, han deliquido y por ello están allí, pero son seres humanos
La privación de libertad es algo tremendo. Respirar aquel ambiente es absolutamente asfixiante y cuando eres capaz de dejarte tus juicios personales en el parking y entras a trabajar con personas, se hace difícil ser capaz de digerir tanta vida fracasada, tanto sufrimiento.
En una de las sesiones, uno de los internos más populares del centro, por su cantidad de condenas acumuladas y sobre el que yo haría facilmente varios juicios muy destructivos, dijo algo que jamás olvidaré:
«Mamen, yo empecé a pincharme caballo a los 11 años, con él me quitaba el hambre y el frío y tenía acceso a él porque yo le pinchaba bien a los yonkis»
Con 11 años yo he tratado a mis hijos como bebés, les he arropado, consolado, besado, abrazado y sus mayores retos tenían que ver con deportes o algún profesor menos empático de la cuenta.
Recordad vuestros 11 años, recordad los 11 años de vuestros hijos y tomad conciencia del horror de este interno.
Esta solo es una historia de tantas, solo una historia de tanto miedo, de tanto dolor, de tanto sufrimiento y sobre todo, de tanto fracaso de vida.
Están allí porque tienen que estar, sus delitos no quedan impunes, pero solo han de ser juzgados por el sistema judicial, no por toda la humanidad porque entonces, les cerramos cualquier puerta a la esperanza de reconducir sus vidas.
Juzgamos a todo lo que se mueve y realmente, no somos conscientes de la realidad de ninguna de las situaciones sobre las que emitimos estos juicios y sobre todo, no somos conscientes del impacto que estos juicios producen sobre las personas a las que juzgamos.
Soltar la necesidad de juicio es algo absolutamente maravilloso, ya que nos abre a un crecimiento de nuestro respeto hacia los demás y sobre todo, nos ayuda a aprender de todo y de todos.
Un detalle , cuanto menos juzgas, menos te juzgas. El Mindfulness nos va diluyedo esa necesidad de juicios y puede hacer que superes auténticas barreras que te producen estos.
Tomando conciencia, viviendo en coherencia….