Cuando sentimos que nuestra vida está incompleta, solemos caer en una sensación de apatía que nos hace levantarnos cada mañana sin ser conscientes del regalo que es la vida.
Todo nos parece rutina, y el día a día, es una especie de esclavitud silenciosa, que rige nuestro rumbo sin que podamos hacer nada para evitarlo.
La tristeza se instala en nuestros pensamientos y nos creemos secuestrados por el concepto vital de rutina.
Pero nada está más lejos de la realidad. Todo aquello que nos parece una carga en la vida, el trabajo, la casa, la familia, los compromisos sociales, todo, se convierte en un premio el día que sientes que puedes perderlo.
Es un sin sentido, vivir sintiendo la vida como una carga y sufrir, cuando podemos perder algo de esa vida.
Está claro, que esto no es un pensamiento racional, ni siquiera es lógico. Se asemeja a una especie de síndrome de Estocolmo que hace que deseemos aquello que nos daña cuando sentimos que lo podemos perder.
Todo esto nos ocurre porque el ser humano es muy inconformista por naturaleza, al menos el ser humano de este tiempo. Culturalmente vivimos en una búsqueda permanente de la felicidad a base del bienestar y rechazamos cualquier ápice de sufrimiento, aunque sea inherente a la propia existencia.
Pues bien, cuando somos conscientes de la vida que tenemos, de lo afortunados que somos por estar vivos, esta sensación de rutina, la percibimos como una necesidad e explorar internamente para complementar aquello que sentimos que nos falta.
Una de las cosas que puede llenarnos de forma muy significativa es el encontrar nuestra misión. Según el concepto japonés del Ikigai, una persona vive en plenitud cuando tiene localizados, su misión, su pasión, su profesión y su vocación.
Hoy quiero centrarme en esto de la misión. Este concepto es más conocido en el mundo empresarial ya que las compañías definen su misión, como una herramienta de marketing y plasman en ella, esa declaración de intenciones de la pretensión global de la compañía.
Pero a nivel individual, ¿qué es la misión?
Todos sentimos en algún momento de nuestra existencia, la necesidad de darle un sentido a nuestro paso por la vida. Nos encantaría dejar un legado, personal y profesional y la misión, puede ayudarnos mucho a esto.
Para buscar nuestra misión, debemos analizar dos cuestiones:
¿qué amo hacer ?
¿que puede necesitar el mundo de mi? Esta cuestión no es algo global o generalista. Podemos plantearnos esa cuestión, en nuestro pequeño mundo.
Con estas dos cuestiones, podemos caminar hacia nuestra misión, hacia aquellas cosas para las que sentimos que hemos nacido.
Cuando una persona encuentra su misión y tiene la suerte de poder llevarla a cabo, su vida cobra todo el sentido del mundo y sin darse cuenta, mejora en muchos aspectos como son: la visión de una forma más positiva, la capacidad para afrontar la dificultad y sobre todo, incrementa la seguridad en sí mismo, porque de alguna forma, su motivación para llevar a cabo esa misión, es duradera y estable y no depende de un nivel puntual de motivación.
En nuestro diario, podemos trabajar estas dos cuestiones de forma específica, tal y como se indica en este blog y tan solo espero que camines hacia esa misión que tanta felicidad te puede aportar…
Tomando conciencia, viviendo en coherencia….