Sostener el sufrimiento es una de nuestra asignaturas pendientes. Ya hemos tratado en este blog, de la permanente actitud del ser humano de esta sociedad, que huye del sufrimiento.
No soportamos la idea de que la vida, lleva de forma inherente sufrimiento. Somos la sociedad del eterno bienestar, de los avances médicos increíbles, del metaverso y sus infinitas posibilidades, con lo que no admitimos, que en un mundo tan increíble como el nuestro, algo tan doloroso, esté no solo sin resolver, sino que cada vez nos sentimos más vulnerables y torpes ante él.
Desde luego, el sufrimiento no ha evolucionado, no se ha hecho poderoso y nos está llevando a una era de enfermedad y adicción a los medicamentos que alivien el dolor.
El sufrimiento es el mismo, siempre lo ha sido y siempre lo será. El sufrimiento primario, aquel que tiene que ver con el envejecimiento, la enfermedad, el dolor y la muerte, no ha cambiado en nada. Los que hemos cambiado hemos sido nosotros.
En esa huida, en esa no aceptación de este sufrimiento primario y de la propia vida, nos hemos generado una barreras inquebrantables a algo fundamental en nuestro equilibrio, la aceptación.
En este post hablo de aceptar el dolor de nuestros afectos, de nuestros seres queridos.
Una de la herramientas más importantes que tiene el ser humano para afrontar el dolor, son sus afectos. Sostenerse en otras personas cuando nos sentimos rotos, es uno de los pilares para poder afrontar y adaptarnos a las heridas de la vida.
En esa huida permanente e inconsciente que hacemos del sufrimiento, no nos damos cuenta de que acompañar es uno de los gestos de amor más importantes que podemos dar y lo hacemos de forma torpe y contraproducente.
Acompañar es sostener, es respetar, es ayudar y sobre todo, es hacer que la persona que sufre, no se sienta sola.
Nuestro cerebro ultra protector, victimista, egocéntrico e inconsciente, anula toda posibilidad de dar este gesto de amor de forma eficaz y coherente. Cuando vemos a alguien que amamos sufriendo, no podemos soportarlo porque eso nos hace sufrir y se desencadena esa absurda huida de la que te hablo.
Nuestro cerebro nos victimiza, nos convierte en protagonistas, nos debilita y por supuesto, anula toda capacidad para acompañar.
Ante el sufrimiento de otros, debemos adoptar el papel que verdaderamente nos corresponde, reconocer y sostener a la verdadera víctima de la situación. Estar presentes, no juzgar, no intentar controlar y no querer anticiparse al propio proceso del que sufre, es el rol del acompañante.
Lejos de esto, solemos abandonar para no ver, controlar para precipitar la recuperación o forzar al que sufre, que al final termina por tapar capas de sufrimiento por el sentimiento de culpa que le genera el impacto que su dolor tiene en su entorno.
Sostener no es tan difícil, solo requiere de un primer paso, que no es otro que la aceptación de la propia vida. Una vida que no podemos decidir en este sentido, y que si queremos que sea una vida plena, aceptar, crecer ante la dificultad y adaptarnos, será el único camino viable.
Al final el sufrimiento toma su espacio y su tiempo, y acompañados o no, lo transitamos de forma inevitable. Acompañados lo hacemos antes y mejor, pero estemos o no, nuestros seres queridos van a tener que afrontarlo.
La conciencia es el gran aliado en estos momentos, donde reconocer y entender nuestro papel en el sufrimiento de los demás, nos dejará encontrar esas herramientas para sostener a los que nos importan.
Tomando conciencia, viviendo en coherencia…