HISTORIAS NORMALES, DE VIDAS NORMALES 2…
Hoy quiero presentaros a Andrés, un hombre de mediana edad, trabaja como directivo en una compañía multinacional desde hace casi veinte años, es padre de dos hijos adolescentes y está casado con Beatriz, una mujer que llegó a su vida tras la Universidad y que se quedó con él para siempre.
Andrés sabe que tiene una buena vida. Estabilidad económica, una pareja con la que siente que está completo a nivel amoroso, unos hijos a los que adora y que no le dan demasiados disgustos, un grupo de amigos con los que quedan de vez en cuando y se divierten, un grupo de colegas con los que practica pádel y una familia propia y política normales, con sus buenos y malos momentos.
Perdió a su padre hace algunos años y realmente lo echa mucho de menos pero, a pesar de la añoranza, es consciente de que lo disfrutó y no se ancla en una tristeza limitante.
Estudió la carrera que se supone que tenía más salidas profesionales y que de alguna forma, cumplía con las expectativas de los demás, pero aún así, siente que su profesión le gusta y aunque trabaja demasiado y vive con mucho estrés, se siente realizado profesionalmente.
Lleva algunos meses con cierta sensación de rutina y está en una búsqueda permanente de salir de esa apatía que parece que está entrando fuerte en su día a día. No tiene claro si es la edad, si es una crisis existencial o si es fruto de sus altos niveles de estrés, pero la realidad es que, a pesar de su buena vida, siente que no es feliz, que sufre y eso le hace sentir muy culpable.
Ve cada día cómo está el mundo y es consciente de que es un privilegiado con los tiempos de crisis que arrastramos, sin embargo, él sigue sintiendo que le falta algo y tiene miedo de caer en una depresión.
Empieza a buscar en lecturas de autoayuda y charlas inspiradoras un camino diferente al recorrido hasta ahora, pero no comparte con nadie estas inquietudes por los prejuicios, que su entorno hace sobre este tipo de cosas.
Cuando está con los amigos, las conversaciones son siempre parecidas y todo se basa en buscar planes hedonistas para llenar bien el estómago comiendo cosas exquisitas o viajar a ver sitios diferentes. Cuando sale en pareja con otras parejas, las conversaciones van de hijos, de series, de recuerdos del pasado y problemas sociales, pero siente que nunca van de ellos, de sus inquietudes, de sus pensamientos, siente que no tiene con quien compartir lo que más le inquieta.
Con su mujer, aunque se llevan muy bien, siente que no comparten demasiadas inquietudes que no tengan que ver con sus hijos, su casa o el resto de la familia y realmente, le da pudor hablar de sus sentimientos por si ella se ofende o piensa que está dejando de quererla, porque no es así.
Un poco por casualidad, encontró un curso de Mindfulness y como si de algo malo se tratara, se apuntó sin contarlo a nadie. El curso le está gustando y sobre todo, siente que le está aportando una forma diferente de mirarse, de conocerse y de buscar esas necesidades que siente no cubiertas. Sus niveles de estrés están bajando y realmente, se siente mejor pero sigue sin poder compartirlo con nadie.
En su clase de Mindfulness, solo hay dos hombres y 12 mujeres y le da mucha pena, pensar en cuántos hombres no acceden a este tipo de proceso interno por los estereotipos y creencias desde los que vivimos.
Cada día está más contento con sus práctica y con sus efectos y tal y como aprende en sus clases, no juzga ni pretende adoctrinar a nadie sobre lo que él está viviendo. Es consciente de que cada uno ha de buscar este camino cuando realmente lo necesita y aunque sabe que muchas personas de su entorno estarían mejor, solo es capaz de hacer una breve mención de esta técnica como algo de lo que ha leído y no como algo que realmente a él, le está cambiando la vida.
En ocasiones sentimos que tenemos la llave para solucionar muchas cosas que pasan por delante de nosotros, pero el pudor a ser juzgados o a intervenir de forma activa en el sufrimiento de otros, nos impide ser de ayuda real para las personas que queremos.
Todos notan que Andrés está más feliz, más vital y más tranquilo y no paran de preguntarle qué se toma para sentirse así, sin embargo, le cuesta mucho reconocer que la práctica de Mindfulness está produciendo este cambio.
Para dar a los demás, primero debemos estar abiertos a ser conscientes del sufrimiento ajeno y lo normal, es que tengamos una gran resistencia precisamente a esto, por miedo a sufrir.
El desarrollo de la Compasión que nos aporta la meditación, nos conecta con el sufrimiento y a través de tomar contacto con él , aceptarlo y entenderlo, podemos empezar a dar todo lo que tenemos para intentar aliviarlo, sin miedo a ser juzgado.
Todos hemos sido Andrés muchas veces y entender que somos parte de una humanidad compartida y que hemos de sostenernos unos a otros, es lo que rompe esas creencias que nos impiden dar autenticidad a nuestras relaciones.
Perder el miedo a salir del rebaño de borregos en el que pastamos todos de lo mismo, no nos hace peores, nos hace auténticos.
Tomando conciencia, viviendo en coherencia…