Suena el despertador y Clara, como cada día, da un salto para ponerse en marcha. Su corazón se acelera y siente un cierto dolor en todas sus articulaciones al levantarse de forma brusca. Su cabeza, lejos de ayudar, se pone a toda velocidad pensando en todo lo que le depara el día.
Se hace su café, ese primer café sagrado que le gusta disfrutar en silencio, pero de pronto, recuerda que se dejó sin hacer la comida para hoy porque la noche anterior, estaba agotada. Se pone en marcha con esas lentejas rápidas que le salvarán la situación, mientras se toma a tragos largos, ese café que ya no va a disfrutar.
Cuando ya tiene la comida en el fuego, empieza a preparar desayunos de los niños y bocatas del recreo al tiempo que empieza a despertarlos, aunque ninguno de ellos, le haga caso por el momento.
Empieza a preparare su ropa para ir a la ducha mientras va subiendo el volumen despertando a la pequeña tropa , tres niños en edad escolar a los que se les pegan las sábanas todos los días.
Por fin, con los tres desayunando, consigue ducharse en modo supersónico y con dos paletadas de maquillaje mal puestas y un poco de rímel, da por finalizado todo el esfuerzo del que dispone para arreglarse. Se siente bastante horrible y sobre todo, siente que no es momento para plantearse dedicar más tiempo a sí misma.
Mientras los niños desayunan, prepara carteras, plancha algún polo del uniforme, tiende una lavadora que dejó anoche puesta y pasea al perro, bueno más que pasearlo, lo saca a la puerta a hacer sus necesidades porque no hay tiempo para más; se siente horrible de nuevo y piensa «que mala suerte ha tenido este pobre perro en caer en esta casa de locos».
Al subir, los niños están tirados en el sofá viendo dibujos y ella empieza a meter presión para que se vistan. Cada día al acostarse, hace balance y se propone que va a intentar no gritar a la mañana siguiente, pero una vez en faena, olvida esa promesa y el volumen alto para que se muevan, empiezan a ser gritos más hostiles para ver si así reaccionan.
Súbeme este leotardo, hazme una trenza que tengo deporte, no encuentro mi libreta de lengua, el bocadillo que me has hecho no me gusta, huele a quemado «¡¡¡las lentejas!!!!!!», que se salvan por los pelos, o no, pero que nos las vamos a comer luego igualmente, fírmame esta autorización y una docena de micro actividades más antes de salir de casa.
Se montan todos en el coche y el estrés de Clara, se respira por sus poros pero respira y decide pasar los diez minutos de trayecto, centrada en los niños. Intenta que no lleguen al cole igual de estresados que va ella, pero los gritos, las prisas y el pan de cada día, hace que vayan los tres discutiendo por cualquier cosa. El atasco a la llegada al cole es infernal y su pensamiento va a ese sentimiento de impotencia hacia quien organiza el tráfico, deseándole lo peor. Un frenazo, un volantazo, uno que para y la cola no avanza. Respirar ya no sirve y un grito a los tres niños para que se callen, hace que suelte algo de su rabia contenida.
En la puerta del cole , un beso lleno de desgana por parte de los niños y prácticamente los tira del coche para poder llegar a tiempo a su trabajo.
Ir a trabajar le da la sensación de que es una especie de descanso en su ajetreada rutina pero en realidad no es así, Clara tiene un trabajo que, aunque le gusta, le produce muchas sensaciones de estrés acumulativas.
Esto es solo el comienzo de un día, y otro y otro. Clara no encuentra la forma de empezar el día de otra forma y cada noche, al acostarse, tiene al sensación de que la vida es una carrera de obstáculos que debe superar cada día.
Sus tardes no son muy diferentes y su vida consiste en atender todo lo que tiene que atender a nivel familiar, soportar el trabajo y encontrar alguna vía de escape de vez en cuando para salir de su esclavitud de vida.
Un día en el coche y sin motivo aparente, siente unas palpitaciones muy fuertes y la vista se le nubla por momentos. Es un ataque de ansiedad y aunque no le ha pasado nada en especial, se lleva el susto de su vida. Acude al médico y le dicen que debe manejar sus niveles de estrés pero no sabe por donde empezar.
Manejamos nuestras vidas por mera intuición y no somos conscientes de que el sistema de vida que llevamos en un engaña bobos. Nuestros pensamientos son malos aliados para esto y estamos llenos de creencias y expectativas que nos hacen sentirnos súper hombres y súper mujeres.
Clara no se hizo consciente de esto hasta que acudió a terapia y empezó a restablecer su orden de pensamientos a la hora de afrontar su día a día.
Vivir el presente y ser capaces de priorizar nuestras necesidades, nos hace mucho más capaces de afrontar la dificultades de nuestra realidad, de una forma mucho menos estresante, más ecuánime y sobre todo, con más calidad de vida.
Tomando conciencia, viviendo en coherencia…