Post semanal

10 septiembre 2023

Ella pensó que su duelo había progresado de forma determinante y, en un ataque de valentía, de esos que no piensa mucho, Carmen se apuntó a un retiro de silencio de 5 días.

Cuando llegó, tras 7 largas horas de viaje, sitió que algo no encajaba.

Salió por la mañana, en su coche, feliz como si fuese de campamento y encontró un espacio lleno de energía introspectiva que la incomodaba muchísimo.

Un albergue acogedor, un espacio común de comedor y sala de estar precioso y una sala de trabajo cuidada hasta el último detalle, todo rodeado de un bosque de inmensos nogales que solo permitían escuchar las hojas de los árboles que movía suavemente el viento fresco.

Las normas horarias del lugar, la prohibición de usar el móvil o la recomendación de no lectura, todo le incomodaba y por un instante, hasta encontrarse con el instructor, un momento muy esperado por tratarse de una especie de ídolo a nivel espiritual, no la sacó de esa sensación extraña que le decía que no quería estar ahí.

Había una resistencia interna muy intensa hacia esto en lo que se había metido.

Tras una primera noche inquieta, la mañana hizo lo que tenía que hacer. Aquella sesión de yoga, aquel desayuno y aquellas personas que deambulaban a su alrededor, sin interactuar con ella, fue como un jarro de aceite hirviendo.

Una sensación de soledad demoledora, la invadió de tal forma, que llena de vergüenza, se pasó aquel desayuno llorando sin consuelo.

Acababa de tomar conciencia de que aquello se asemejaba mucho a la realidad de su vida. Habían pasado ocho meses desde la muerte de su amor y, aunque la muerte es algo que aceptaba y entendía, el dolor del alma y el vacío la estaban destrozando por dentro, como una termita que se va comiendo una viga de madera, la casa sigue en pie, pero el daño, es irreparable.

El mundo seguía corriendo a su alrededor. Sabía que tenía mucha gente que la quería, pero el mundo seguía corriendo y su mundo interno, estaba paralizado, su dolor seguía siendo tan grande como el primer día.

Sentía que la gente que la rodea, esperaba que ya no estuviese tan triste y ella, siempre decía aquello que los demás querían escuchar. Cuando le preguntaban, percibía en sus caras que necesitaban aquella respuesta y sencillamente, eso es lo que contestaba.

En aquel desayuno, aquel día, se dio cuenta de que su dolor estaba ahí, en la misma dimensión y no entendía muy bien a qué había ido a aquel retiro, pero estaba claro que su duelo iba a ser el gran protagonista, la soledad iba a ser la gran compañera de viaje y tenía 4 apasionantes días por delante para ser libre en su dolor y en aquella sensación de tener el alma rota.

Aquí empezó un proceso de mirar de frente a su sufrimiento, en la más profunda soledad y sin tener que disimular para que el resto del mundo se sienta mejor.

Con el alma partida en dos, Carmen paseó, meditó, comió y durmió con su soledad y con su dolor. Con el alma partida en dos, se reconcilió con su amor por dejarla aquí, con el alma partida en dos, se reconcilió con la vida y entendió que cuando no te toca morir, no tienes la obligación de vivir, tienes la gran oportunidad, cada día, de volver a vivir y ser feliz

Tomando conciencia, viviendo en coherencia…

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