Mateo se despertó aquella mañana, con esa horrible sensación de ahogo con la que el día le daba la bienvenida desde hacía unas semanas.
Un peso enorme parecía dominar sus sensaciones corporales y sentía que apenas podía mover un músculo. La cabeza era una batidora de pensamientos y preocupaciones caóticas y sobre todo, un sentimiento de impotencia mezclado con tristeza, hacía que levantarse fuera toda una aventura.
Era martes, ese día que no es lunes pero que tampoco se acerca al fin de semana y que le pesaba tanto. Sabía que el trabajo del día no podía esperar, ya que su pequeña empresa familiar dependía de él y sin embargo, cada día le resultaba más difícil dar ese paso hacia la vida.
Tras una tormenta de pensamientos en bucle, hacía el esfuerzo de salir de la cama y se tiraba a la ducha para poder espabilarse, ya que los somníferos tampoco ayudaban demasiado a esta hora del día.
En la ducha, aunque quería relajarse y le gustaba la sensación del agua cayendo, un sentimiento de fracaso mezclado con hastío, empañaba aquel que parecía el único momento placentero de su vida.
De nuevo, no había conseguido madrugar para hacer deporte o meditar, de nuevo, apenas tenía tiempo de hacer un buen desayuno, de nuevo, solo se dejaba llevar hacia aquel trabajo que, aunque le daba de comer, sentía que era un sitio que jamás hubiera elegido para trabajar.
Mateo atravesaba momentos muy difíciles a nivel familiar y económico, por culpa de un divorcio tormentoso, donde el desgaste de tantos años, había transformado el amor en una guerra sin fin, con intereses exclusivamente económicos, que habían deshumanizado por completo a su familia.
Se sentía ninguneado por todos, exmujer, hijos, trabajadores y hasta hermanos. Vivía con una sensación permanente de que nadie le consideraba ni le respetaba y estaba al borde del abismo.
Se estaba trabajando en terapia y estaba poniendo de su parte. De hecho, conseguía meditar muchos días, hacía deporte los fines de semana y hasta era capaz de plantar cara a algunos de los suyos en determinadas situaciones, pero la realidad, es que todo era un proceso lento y doloroso.
Tomar conciencia de sus heridas, de las situaciones de maltrato permanente de su padre, del rechazo por parte de éste y de sus patrones de sobre adaptación para evitar que le atacara, era inmensamente doloroso para Mateo, pero también sabía, que no había otro camino para curar aquel dolor tan grande que le acompañaba desde pequeño.
Pequeños pasos para poner encima de la mesa sus necesidades, sus prioridades y sobre todo, para hacer entender a las personas de su vida, la necesidad de ser considerado.
Sabía que todo estaba lejos y que el camino era largo y tortuoso, pero también sabía que cada paso, era un paso hacia la recuperación para tener una vida que le gustara. Cada paso empezaba por levantarse cada mañana y eso, ya lo había conseguido…
Tomando conciencia, viviendo en coherencia….