Aquel fue uno de los momentos más brutales de toda su vida. Aunque por momentos, pensó que no sería capaz de hacerlo, allí estaba, con aquel bebé encima de su cuerpo, tembloroso, indefenso y que dependía al 100% de ella para poder sobrevivir.

La sensación de felicidad, mezclada con miedo era inmensa pero de alguna forma, sentía que había hecho lo que tenía que hacer, que esto es lo que la vida y todos esperaban de ella. Estaba realmente orgullosa de sí misma y se sentía muy afortunada.

Desde aquel día, fue borrándose todo rastro de aquella joven que luchó por buscar su autenticidad como persona, aquella joven que luchó tanto por conseguir una profesión y una independencia económica que la hiciera sentir que podía con la vida, aquel día, su vida se transformó en maternidad.

Sin demonizar en absoluto este momento tan determinante en la vida de cualquier persona, aquel día, Carlota se dio de bruces con unas creencias limitantes, que desconocía en absoluto y que le hicieron sentir culpable durante muchos años.

Abogada de profesión, con una carrera bastante aceptable que había conseguido a base de mucho esfuerzo, con una vida social que por fin sentía que merecía la pena, con una conciencia de lo importante que era cuidarse, respetarse y quererse, aquel día, todo cayó encima como una tormenta de pensamientos, donde solo imperaban los relacionados con la maternidad.

Los primeros meses fueron de adaptación a su nueva vida, pero pasados éstos, se sintió completamente paralizada a la hora de retomar cualquier actividad relacionada con su vida anterior. Una sensación horrible de culpa le secaba la garganta siempre que pensaba en algo que no estuviera relacionado con su nuevo rol vital, la maternidad.

Todo el mundo a su alrededor, había borrado toda imagen de la mujer que era y ya solo veían a una madre y a su hijo como un todo.

Su cuerpo estaba devastado por el embarazo y necesitaba recuperar el deporte, su mente estaba adormilada por el sueño permanente y la falta de conexión con el trabajo, sus relaciones estaban alejadas y sentía que no podía hablar con nadie de otra cosa que no fuera el bebé, su mundo había desaparecido tras el parto.

Un peso enorme en forma de culpa, le empujaba a hacer una sobre adaptación a las circunstancias y poco a poco, borró toda intención de recuperar algo de su vida previa. Pasaron los meses, los años y Carlota se sentía muy vacía por dentro.

Su vida se había transformado en trabajar y ser madre. Sentía que en el trabajo era donde podía descansar y desconectar de su locura de vida y eso le hacía sentirse la peor madre del mundo.

Vivimos en una sociedad, donde se nos educa para ser mujeres independientes, profesionales, libres y cultas y en cuanto llega el momento de la maternidad, todo lo adquirido ha de esfumarse de un plumazo y se nos entierra en un rol anticuado, dependiente y profundamente machista.

El amor y la unión que sentimos por nuestros hijos es indiscutible, pero la culpa con la que vivimos por querer volver a ser las personas que hemos sido hasta entonces, nos consume por dentro, nos hace sentir que nuestros hijos no han tenido suerte por tenernos como madres, nos genera inseguridad frente a nuestras parejas y el peso de la sociedad, nos hace callar y vivir en un vacío silencioso demasiado largo.

Las creencias limitantes, son mucho más perversas de lo que pensamos y hemos de trabajarnos el localizar todo aquello que nos sume en una sensación de no estar a la altura de las circunstancias, por ser sencillamente, nosotros.

Carlota se recuperó unos años más tarde, pero la tristeza con la que convivió hicieron que no disfrutara de su maternidad por sentirse esclava de su propia vida.

Tomando conciencia, viviendo en coherencia….