De nuevo para Fran, una sensación de incomprensión le invadía por completo. La opresión del pecho y el dolor de cabeza volvían a provocarle una sensación horrible ante su incapacidad para hacerse entender.
Todo su equipo de trabajo, parecía rechazar lo que él había propuesto en el nuevo proyecto. Se había pasado las últimas tres noches diseñando lo que para él sería una mejora importantísima en su departamento y una vez más, un rechazo masivo había sido la respuesta de todos.
No podía entender cómo eran tan desagradecidos y aún sabiendo que podía mejorarse, no veía en ninguno de sus compañeros, la capacidad para desarrollar algo tan elaborado como lo que él había conseguido.
Un no rotundo, no se lo podía creer y la tristeza, la frustración y la rabia hacía que volviera aquella tarde a casa con una sensación de no estar en su sitio, de no encajar en aquel lugar, de no ser aceptado por sus compañeros, a pesar de ser el jefe del departamento y trabajar de forma incansable para que todo funcionase lo mejor posible.
Aquella noche no pudo pegar ojo y tras dar muchas vueltas en la cama, decidió levantarse y reflexionar sobre lo ocurrido. Se tumbó en el sofá, hacía frío y se rodeó con su manta favorita para acomodarse y encontrar algo de paz. Unos minutos de respiración consciente, el silencio de la noche, la oscuridad y sobre todo, el encontrar un espacio de soledad, le hizo poder tomar perspectiva.
Alejándose de todas las emociones vividas aquel día, intentó ponerse en el lugar de sus compañeros. No encontraba nada que pudiera dificultar el trabajo de cada uno de ellos, no encontraba nada que pudiera ser excesivamente difícil o trabajoso y sin embargo, la palabra no, había sido rotunda, en todos ellos.
De repente, visualizó a uno de ellos, el más predispuesto de todos en aquella situación y como un jarro de agua fría, escuchó algo que aquella mañana no escuchó : «Lo has hecho tu solo y no nos has dejado intervenir»
Acababa de entenderlo todo, y el rechazo masivo a su propuesta no era por el trabajo en sí, era porque una vez más, él se había echado encima la responsabilidad de modificar aquel procedimiento sin consultar a ninguno del equipo. Una vez más, su visión de mejora, era tan clara que no se planteó hacer una puesta en común para recibir propuestas de nadie.
Era consciente de su gran necesidad de control pero, esto que acababa de visualizar iba más allá, esto era más bien intolerancia absoluta, era falta de consideración y de puesta en valor de las personas que junto a él, trabajaban cada día para sacar el departamento hacia adelante.
Todos necesitamos sentir que se nos da el espacio para mostrar nuestro potencial y ante desafíos de equipo, las diferentes percepciones de cada miembro son una oportunidad de información que sirve para tener una visión más amplia de las opciones de mejora. El problema es que las personas con mucha necesidad de control, solo se sienten seguros si las cosas se llevan a cabo según su percepción y, de forma inconsciente, relegan a un segundo plano la opinión de los demás, o ni siquiera se plantean pedir dicha opinión.
Esa desconsideración es lo que hacía que una vez más, Fran recibiera un rechazo por parte de todos y de nuevo, que se sintiera solo e incomprendido sin pretender hacer sentir mal a nadie.
Su necesidad de control se disfrazaba una vez más de responsabilidad y voluntad para colaborar, pero en realidad, los demás percibían una desconfianza absoluta de todo lo que no estuviera bajo su control.
Abrirse a la visión de los demás, nos brinda la oportunidad de aprender cada día, de cada persona y amplía nuestra percepción de la realidad, sesgada por nuestras creencias y experiencias. Soltar un poco el control y dejar que el mundo sea como es y que las personas sean como son, nos brinda el poder conectar con los demás con apertura y confianza, que hace que los demás se sientan cómodos para mostrarnos todo lo que tienen para nosotros.
Fran por fin lo había entendido y al día siguiente, se sentó con todos ellos y les preguntó por sus propuestas.
Tomando conciencia, viviendo en coherencia…