En la sociedad de las prisas, donde correr es el objetivo, donde lo importante queda relegado a un segundo plano en pro de multitud de ladrones del tiempo, relacionados con esta celeridad con la que vivimos todos los aspectos de nuestra vida, adoptar un estilo de vida slow, o lento, implica desacelerar, simplificar y vivir de manera más consciente y deliberada.
La neurociencia nos invita a explorar este enfoque con el objetivo de mejorar nuestra salud mental.
La locura de vida que practicamos, hace que nuestra mente vaya demasiado tiempo en piloto automático y esto provoca que nuestro cerebro, domine por completo nuestros pensamientos, decisiones y hasta nuestros comportamientos desde los automatismos de nuestra mente.
Los seres humanos queremos y necesitamos vivir con cierta plenitud y armonía para sentir que nuestra vida tiene sentido, sin embargo, esta forma de funcionar de nuestro cerebro, nos aleja de toda posibilidad de conseguirlo. Los viejos patrones adquiridos desde la infancia, se despliegan en todos nuestros actos y nos sentimos condenados a cargar con una herencia de carácter que, en muchas ocasiones nos limita y nos aleja de nuestras verdaderas necesidades.
El movimiento slow trata de bajar la velocidad, tomar conciencia y actuar desde la parte consciente de nuestro cerebro, donde se da un protagonismo especial a los procesos, al camino que hay que recorrer para hacer cada cosa de nuestro día a día, sin ir más allá, estando presente e integrando cada experiencia en una dimensión más lenta pero al mismo tiempo, más profunda.
Encontrar cada día unos minutos para practicar meditación, baja nuestros niveles de estrés y nos da la oportunidad de calmar la mente y poner orden en nuestras necesidades y prioridades.
Buscar momentos de desconexión tecnológica significa conexión con tu vida, para encontrar momentos destinados a solo, estar con nosotros y con las personas con las que nos relacionamos en presencia.
Intentar realizar una alimentación más consciente, donde, además de discernir entre el hambre fisiológico y el hambre emocional (que no es hambre en realidad), nos ayudará a comer menos cantidad, más sano y sobre todo, a tomar conciencia de la importancia que este momento tiene para nuestra salud, día a día.
Practicar movimiento consciente, bien sea caminando, o haciendo algún deporte, nos ayuda a conectar con nuestras sensaciones corporales, nuestro estado de salud, nuestro nivel de energía y sobre todo, nos ayuda a integrar un equilibrio hormonal que influye directamente en nuestra salud física y mental.
Hacer pequeñas escapadas de conexión con la naturaleza, nos dota de la oportunidad de conectar con nuestra esencia como especie, nuestros sentidos y desde ahí, con nuestro presente. No hay nada como un paseo en silencio, en un espacio natural, para saber cómo te sientes.
La gestión del tiempo es una de las grandes asignaturas pendientes de esta sociedad. Descargar nuestras agendas en pro de nuestro bienestar y aprender a decir que no, son clave para poder disponer de nuestro tiempo. Simplificar la vida, no es hacer una peor vida, es vivir mejor.
Practicar la creatividad nos conecta con nuestras necesidades y nuestra autoexpresión. Darnos un espacio para expresarnos libremente y soltar toda la carga emocional es liberador y nos ayuda a conocernos.
Limpieza en relaciones superficiales o tóxicas y afianzar relaciones auténticas, donde nos sintamos libres, aceptados tal y como somos y sobre todo, donde nos sintamos queridos, es un pilar básico para nuestra seguridad y nuestra sensación de plenitud.
Agradecer, encontrar cada día unos minutos para agradecer todo lo que la vida nos concede todos los días, nos dota de una conciencia extraordinaria de todo lo que tenemos, frenando a una mente victimista y consumista que no valora casi nada de lo que tiene.
Pequeños pasos, concretos, conscientes y sobre todo, efectivos. No hace falta hacerlo todo, pero si, dar el primer paso.
Tomando conciencia, viviendo en coherencia…