Vivir despacio nos permite observar la experiencia, ser conscientes no solo, de lo que está ocurriendo sino de lo que está impactando en nosotros, aquello que está ocurriendo.
Cuando nosotros vamos en automático, cuando nuestra mente está anticipando el siguiente paso que he de dar, cuando voy perturbado por mis pensamientos recurrentes, mi visión de la realidad está absolutamente mermada.
Oigo los sonidos, veo las escenas, pero no consigo procesar las experiencias. Paso por la superficie de cada instante sin llevarme nada, lo respiro, lo veo, lo escucho y se diluye, de mi presente y por supuesto, de mi memoria.
Esto se ha convertido en una forma tan habitual de funcionar, que cuando mi mente necesita estar presente, cuando necesita concentrar la atención en una actividad específica, sufre como un niño al que sujetas de brazos y piernas en un jardín de juegos.
Se nos hace larga una peli en el cine, no somos capaces de estar presentes en una conversación y miramos el móvil, no disfrutamos de una cena de amigos porque somos incapaces de escuchar a nadie, no terminamos los libros que intentamos leer y a todo, le metemos la excusa de la falta de tiempo para tapar, una incapacidad, cada vez más evidente.
A todo lo que hacemos, lo precedemos con el «tengo que» y desde la obligación, ya no nos permitimos exprimir el momento y llevarnos la experiencia. No disfrutamos y solo se trata de conseguir llegar al momento siguiente.
Nos lo estamos perdiendo todo, y no es tan difícil entrenar la presencia, para integrar lo que cada momento de nuestra vida tiene para nosotros.
Cuando veo mi agenda por la mañana, tengo dos opciones: sentir angustia por la cantidad de cosas que puedo tener previstas o leer cada una de ellas, y sentir lo que cada cosa tiene para mí en ese regalo que es ese nuevo día.
Me encanta ir punto por punto y decirme: hoy elijo…. y no, tengo que…
Cada vez que estoy con alguien, que doy una charla, que escribo o grabo un video, antes de comenzar, respiro, conecto con la realidad de ese instante, con el propósito que me ha llevado a ese lugar y por supuesto, con la actitud de disfrutar de ese momento, que es único, que no se va a repetir y que seguro, tiene una experiencia que será parte de este día que estoy viviendo, de mi vida.
La vida no se trata de pasarla, se trata de vivirla.
Parar la mente, respirar, observar lo que estamos viviendo en cada instante, conectar con los sentimientos que nos produce, con el impacto que ese momento tiene en nuestro cuerpo, nos hace conscientes de una experiencia mucho más completa y enriquecedora
Para, respira y llévatelo todo, no tengas prisa en que todo pase y sobre todo, siente que cada momento es único, irrepetible y forma parte de tu vida.
Tomando conciencia, viviendo en coherencia….