La normalización que hacemos de casi todo lo que nos ocurre, se corresponde a una evasión permanente que nuestra mente hace ante la dificultad.
Recuerdo que durante muchos años, normalicé mi migraña y tan solo buscaba remedios para aliviar los síntomas sin jamás, plantearme las causas. Alguna referencia popular me hizo fijar la idea de que era algo hereditario y desde ahí, me resigné.
Dolores, estados de ánimo bajos, estrés en exceso, conflictos permanentes, una autoestima deplorable, nos acostumbramos a casi todo aquello que nos impide tener una vida decentemente plena y desde ahí, dejamos de buscar, dejamos de intentar encontrar soluciones ante lo que nos pasa.
Esta semana, en una charla que impartía con personas de diferentes empresas, sentí esa resignación hacia todo lo que no es admisible y que normalizamos, con consecuencias muy dolorosas para quienes las padecen.
La falta de humanidad, el que nos traten como máquinas que han de producir, los horarios incompatibles con un autocuidado decente, la falta de comunicación efectiva o la falta de vocación, son cosas que nos acompañan de forma casi permanente en la vida laboral y terminan por hacernos sentir, que trabajar es una especie de esclavitud, a la que tenemos que someternos sin remedio y donde el estado de sufrimiento es parte del juego.
Efectivamente soy defensora de la no idealización de ninguna circunstancia de nuestra vida, y en todas las facetas, incluido el trabajo, vamos a encontrar algo de sufrimiento, algo que no cumplió nuestras expectativas, pero hay una diferencia entre la parte negativa, inherente a cualquier puesto de trabajo a que el trabajo, sea la causa de nuestra desgraciada vida.
Somos una sociedad inconformista y sin embargo, nos resignamos ante todo aquello que sentimos que hemos de analizar para no rendirnos ante el sufrimiento, anhelamos la plenitud y sin embargo, el drama abunda en nosotros.
Desde que practico meditación, las partes se han recolocado y aunque soy consciente de que no hay nada perfecto en mi vida, ni lo debe haber, si sé distinguir lo que supone un sufrimiento innecesario y al menos, no bajo los brazos y busco la forma de aliviarlo.
Tomar conciencia es doloroso, porque tocamos el sufrimiento pero es el primer paso, para poder resolverlo.
Tomando conciencia, viviendo en coherencia…