Esta semana siento que la vida me favorece.
Aquí, sentada en un precioso hotel de Mykonos, escuchando el suave viento, mirando a esa piscina rodeada de casitas blancas y azules y acompañada de mis hijas, no puedo sino sentirme muy, pero que muy afortunada.
En una situación idílica como esta, es muy fácil apegarse a la sensación de que tienes a la vida a tu favor, que todo está en su sitio y sobre todo, a resistirse a perder nada de lo que en este momento, me acompaña.
Sin embargo, me ayuda mucho pensar en los dos últimos años, dos años en los que la enfermedad y la muerte hicieron su entrada estelar y me dejaron devastada y hundida, dos años en los que me reinventé profesionalmente y, aunque por el momento todo ha salido mejor de lo esperado, tuve que hacerme amiga de la incertidumbre y soltar la necesidad de control del pasado, dos años en los que los míos han cambiado profundamente, dos años en los que aprendí a convivir con la soledad más silenciosa del mundo, dos años en los que me sentí fuera de juego un millón de veces, y todo pasó…. porque todo pasa, porque nada es eterno.
De la misma forma, en este momento, desde este lugar idílico de la tierra, se que todo está en continuo cambio y que, aunque la vida me favorece, no debo apegarme a ninguna sensación. La vida es como una historia que no cesa de escribirse y disfrutar de cada momento presente, me libera y me hace ser consciente, de que cada instante, es lo único que existe y que en el futuro, solo están mis miedos, mis apegos y mi necesidad de control .
Abrazar este momento es abrazar el presente y saber que solo es un instante, que solo es este momento, y ese abrazo me libera del miedo a perderlo.
Disfrutar es abrazar el momento presente. El mañana, ya vendrá, de momento, no existe.
Tomando conciencia, viviendo en coherencia